Febrero y marzo de 1927. Los Superiores del Padre le ordenan reclusión, pues su actos de bondad y de sacerdote heroico empezaban a hacerlo conocido por la policía. 

A lo que él comenta “¡Cuán difícil es esta virtud de la obediencia! Recluso en un cuarto estrecho, sin más horizontes que un corral vecino y con prohibición de exhibirme mucho, paso los días revolviendo mis libros y papeles y preparando mi examen a medias. Creo que la obediencia es el mejor de los sacrificios”…

Con mucho respeto, el P. Pro hace ver su punto de vista sobre la reclusión:

No es, Padre, humildad, ni deseo de aparecer como muy valiente. Es sólo el convencimiento que tengo delante de Dios de lo inútil que yo soy y de lo poco que puedo valer, y de que sería animar mucho a infinidad de gente, sacerdotes y no sacerdotes, si no abandonamos a nuestros hermanos hoy que tanto necesitan los auxilios de la Iglesia. Lo más que me pueden hacer es matarme. Pero eso no sería sino el día y la hora que Dios me tiene reservado.