Mientras caminaba hacia el paredón, se le acercó el agente Quintana y le pidió perdón. El padre le contesto: “No solo te perdono, sino que te doy las gracias”.

El mayor de la gendarmería montada, Manuel V. Torres, le llamó por su nombre, a la respuesta afirmativa, lo acompañó hasta colocarlo entre dos siluetas de hierro que servían de tiro al blanco.

“Señores, juro ante Dios que soy inocente de lo que me acusan” 

—Padre Miguel Agustín Pro, SJ