El Hno. Miguel Pro y el Hno. José Amozurrutia, partieron rumbo a Bélgica. Un buen sector de teológicos y compañeros mexicanos, sentían como si algo muy propio se les hubiera ido.
En Enghien, los Hermanos encontraron una comunidad de 130 jesuitas, provenientes de Francia y 15 rincones del mundo, y el latín era el único medio común para comunicarse.
El tiempo en el que llegaron ya era frio, pero faltaba lo peor: el invierno.
El Hno. Pro tirita, se encoge, sufre y se aguanta. Pero aquello no era aguantarse, sino tomar delantera al sacrificio.
Después del martirio del P. Pro, sus compañeros expresaron: “Un santo se había marchado del colegio y parecía hacer falta aquella sobrenatural alegría y optimismo. ¡Si hubiéramos sospechado que además iba a ser un mártir de Cristo Rey!”