Mons Lecomte, le otorga el presbiterado (es ordenado sacerdote). Sin presencia de su familia y de su compañero el Hno. José Amozurrutia, se encontró solo y aislado en esos grandes e inolvidables días.

La ordenación sacerdotal es la primera ocasión en que nos encontramos de nuevo al valiente Hno. Pro envuelto en lágrimas. Las impresiones para su corazón sensible son excesivamente profundas y grandes: “Contra todos mis propósitos, contra lo que yo esperaba de mi naturaleza fría y dura, no pude impedir que el día de la ordenación y al momento de decir con el obispo las palabras de la Consagración, las lágrimas salieron hilo a hilo y que mi corazón dejara de golpe el pecho con saltos inauditos”

“¿Cómo va a decir el pensamiento la suave unción del Espíritu Santo que siento, palpo, casi toco con mis manos, inundando a mi pobre infeliz alma de barretero, de dulzuras del cielo?…

Una vez ordenado, el Padre Pro narra a su familia a través de una carta:

…me fui a mi cuarto, coloqué sobre mi mesa los retratos de mi familia y la bendije con toda mi alma… fuimos a la huerta para bendecir a la comunidad, yo comencé muy valiente, pero al tercero de vuelta a jirimitear cuando el que estaba en  cuarto lugar me preguntó si había venido mi madre. ¡Dios se lo perdone!