Al llegar el P. Pro a la clínica, también llegó el buen humor.  Las religiosas no acababan de admirarse. Para él no había penas, ni dolores, era como dirían después otras religiosas: El niño mimado de Padre Dios.

Su enfermedad se fue largando mucho y fue necesaria otra operación el 5 de enero de 1926 “la herida no cierra, la sangre sale en abundancia, la convalecencia se prolonga, mi año de teología corre peligro de perderse… ¡Bendito sea Dios por todo esto! Él sabe el porqué de estos trastornos y yo me resigno y beso la mano que me hace sufrir.

Dura fue la prueba. Pero le estaba reservada otra mayor.

De su operación, el P. Pro escribiría: 

El 17 de noviembre recibí el primer tajo en mi compósito; mi estómago fue quemado en tres sitios ulcerados y abierto en su cara superior, para adornarse con un nuevo píloro