Le preguntó su última voluntad. El Padre pidió serenamente: “Que me dejen rezar”. El comandante de la ejecución lo dejó solo, retirándose unos pasos. El padre se arrodilló y sacó el pequeño crucifijo de la bolsa del saco, movió los labios y así permaneció unos segundos. Se levantó y colocándose nuevamente en el sitio que le habían señalado, esperó ordenes.